top of page

Introducción a La Habana, Cuba.

(Hay muchas fotos y videos de La Habana al final)


La Habana me es difícil de describir, porque como ya he dicho, Cuba me revuelve algo interno muy profundo. Desde hace un año escucho música cubana, pienso en mis amigos, recuerdo con nostalgia su capital. Deben pensar que soy fidelista, o una acérrima comunista, o que estoy cegada por el discurso. No es así y si lo fuera no importa. Para la mayoría del mundo, sobre Cuba no hay matices: es blanco o negro, a favor o en contra. Pero pienso que hay formas de hablar y conocer Cuba sin caer en los moldes: es cuestión de cambiar la mirada, de enfocar en sus detalles, de mirar su cotidianidad. Quiero transmitir de Cuba lo que Cuba me dejó, y no las miles de versiones que he escuchado, no el prejuicio general ni su realidad turística. Cuba merece ser reconocida por lo que es, no por lo que dicen que es, y por eso me sale tan fácil defenderla, como si hubiese nacido ahí, como si Cuba me perteneciera, porque Cuba le pertenece al mundo. Y es difícil explicarlo: he intentado compartirlo con aquellos que sintieron allí lo mismo que yo. Quizás me ocurrió porque caí en un momento puntual de mi vida, porque me enseñó quién quiero ser y a dónde quiero ir aunque haya tardado en decantar, porque me dio un impulso enorme a materializar mi visión y mis pasiones en un solo proyecto (sin saberlo en el momento, Cuba le abrió la puerta a Mundanos). Quizás porque encontré en Cuba una síntesis de humanidad que no había encontrado en ningún otro lado del mundo –por ahora, al menos.

Cuba le pertenece al mundo. Y quizás lo que pasa con ella es que, al menos en Occidente, Cuba ha sido el demonio por mucho tiempo. Culpa del imperialismo o del capitalismo, da igual, nos han enseñado de chicos que la Revolución es mala y que las cosas deben quedarse tal como están. Nos han dicho que la izquierda genera pobreza, que en Cuba lo que los ha matado es la corrupción, que allí gobierna una dictadura hace años, que no existe la libertad de expresión. No voy a luchar contra esos fantasmas -que en algún punto no dejan de ser ciertos-, pero sí con nuestro esfuerzo de demonización. Con el no hacernos cargo los latinos de que la derecha también genera pobreza, que en América Latina nos ha matado la corrupción, que hemos vivido años de dictaduras militares y cuando no, de democracias tuteladas; que la libertad no es igual para todos: tiene más libertad el que más tiene, y el que no, tiene la libertad de no molestar.

Llevo años estudiando una carrera que me ha ayudado a entender el mundo, o que me lo ha intentado explicar. Y desde que empecé a viajar entendí que recorrer era complementar. Que ambas pasiones iban atadas, que le dan a los viajes un condimento fundamental, o a la teoría la comprobación de la realidad. A Cuba la miré con esos ojos: la miré desde un inicio tratando comprenderla, tratando saber qué era mito y qué era realidad, tratando de despojarme de prejuicios (negativos y positivos) construidos durante años sobre una isla en el mar. Y fue ahí que entendí que lo mejor para entrar de lleno a un país o un lugar es estar con su gente. Es observarla, es acompañarla, es adaptarse a sus pasos y a sus ritmos, a sus formas de andar. Si en mi carrera estudiaba la historia social, en la práctica sabía dónde buscar. Es saber cómo viven, es entender qué piensan, es escuchar sus historias, es preguntarles a dónde van. De algunos tengo sólo las fotos, de otros una profunda amistad.


Así que perdonen, pero no lo puedo evitar. Cada una de las personas que conocí en Cuba me enseñó cuáles eran los amores, los beneficios y las ventajas del sistema y de sus propias características, pero también sus límites, sus anhelos, su inconformidad. Cuba no es el demonio ni la utopía de Marx. Es al igual que en cualquier país del mundo, un espacio de contradicciones y realidades bastante dispar. Pero en el fondo, los cubanos andan en la misma búsqueda en la que andamos todos: estudian (en un sistema que depende completamente del estado y que por ende suele ser unilineal, pero que garantiza el acceso general); trabajan (la mayoría para el Estado, pero otros por cuenta propia, y muchos tienen dos empleos); entienden (según sus marcos interpretativos de realidad) y creen en algo (menos en Jesúscristo que en la Revolución, pero también creen en los santos de la religión afrocubana, que es bastante masiva, y del catolicismo tradicional -y hace poco me enteré que hay un porcentaje de protestantes que han jugado mucho en la identidad nacional-). Se trasladan (en camiones, buses, almendrones y demás), migran dentro de su propio pueblo y también hacia otro lugar (especialmente, sabemos, a Estados Unidos, sobretodo en el llamado Período Especial). Escuchan música (jazz, rap, afrocubana, y varias cosas más), hacen deporte (lo que más se ve es el béisbol), juegan juegos de mesa (bien caribeño, el dominó es casi deporte nacional), cocinan (¡y qué rico! En general se come mucho cerdo, frijoles y arroz, y se bebe demasiado café), bailan (qué lindo bailan los cubanos, de verdad), leen (aún hoy hay muchos libros que no llegan y la censura es oficial: internet –cuando hay- está controlado y para conseguir algunas cosas hay que rebuscárselas) y miran televisión (hay seis canales y las propagandas son sobre la Revolución, el Che y Fidel, pero también hay un sistema que consiste en alquilar un disco rígido con películas y series actuales, y al final aparecen publicidades locales).

Tienen hambre y frío a veces (por supuesto que pasa, no se puede negar; en los últimos años las libretas de racionamiento son acotadas y apenas alcanzan; el Estado se ha ido lavando las manos y la comida no es variada, pero hay un sistema de comedores para los marginados y aunque uno no trabaje tiene una bolsa de arroz y un par de cosas más. Sí es cierto que no es tan usual como en otros países latinoamericanos ver gente viviendo en la calle.) y otras veces tienen un hogar (las casas de la gente ahora pueden ser de su propiedad, pero pasa mucho, sobre todo en La Habana, que se ocuparon las casas de los ricos de la época de Batista y se subdividieron en mil, y a veces la misma gente que las ocupó no tiene para arreglarlas entonces se vienen abajo). Festejan sus cumpleaños, arman familias (a veces desarmadas por la emigración masiva, pero diversas y de todo tipo: la familia como buen país latinoamericano es una institución sagrada y todavía muy patriarcal). Cuestionan su sistema político o lo avalan tal cual (blancos, negros y grises, como en todo el mundo. Quizás ocurre que hablan menos abiertamente de sus discrepancias –el fantasma está). Se preguntan las cosas, se quejan, aman, disfrutan, rechazan, encuentran, y prueban. Abrazan, cantan, confían (más de lo que desconfían), celebran, se nutren de los otros, se relacionan con desconocidos y con conocidos; son, finalmente, una sociedad y construyen su propia identidad.

Yo no soy quién para juzgar. Sólo me encontré en Cuba con otra realidad a la que esperaba encontrarme. Me acuerdo que pensaba que La Habana era un mundo gris y soviético, y me equivoqué. A mí la imagen de La Habana se me hace cálida y colorida; caliente, como la población del Caribe; sonriente, como si sólo se preocuparan de lo que vale la pena; desintoxicada, de tanto cartel y publicidad, de tanto contraste social. La Habana son muchas calles empostradas y casas por doquier, puertas abiertas, música y calidez, puestos de fruta, comida callejera, un poco de blues, buses y almendrones, tráfico, el malecón popular, zonas rojas y zonas turísticas, la Universidad, Coppelia (el helado cubano que es una tradición), librerías, eventos culturales, movimiento –como toda capital-, barrios de más abajo y barrios de zona comercial, restaurantes y discotecas, bares, cafés, banderas, callejones finitos, museos gigantes, estatuas y monumentos, hombres y mujeres que van de aquí para allá, niños jugando en la calle, señoras que barren la vereda, plazas para descansar. Las palabras no me alcanzan para describirla: les dejo aquí una selección de fotos de La Habana que la grafican más de lo que yo puedo explicar.


(Albúm completo haciendo click acá).


Compartí este post:

bottom of page