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Desintoxicación


Desintoxicación del invierno primaveral.

El mar huele sobrio y claro.

El cuerpo limpia el humedal.

Como un vómito recorre el intestino

(instinto carnal).

Jamás quiero volver a sentir el rechazo

la repugnancia del mismo torbellino sin razón

la presión de los pies, del ruido, de las almas apretadas;

del vaivén sin sentido

de ir juntos pero solos a ningún lugar.

A medida que se limpian mis pulmones

respiro mejor.

percibo mejor.

La marea es un mal sueño de antaño

y duele como herida del corazón

(¡Pero ha quedado atrás!)

me digo. Y sin embargo

aún tengo miedo de regresar.

(El fantasma pisa fuerte en la conciencia y uno ya no sabe cuándo lo dejó entrar)

Como una droga, invade sin avisar.

Atrapa y moldea.

Avanza.

Hasta ocuparlo todo.

Hasta adueñarse de mí. De todos. De nosotros.

Y luego ya no nos dimos cuenta.

Es un monstruo gigante que hemos aprehendido a vanagloriar.

De ello hablaba cuando hablaba

del mundo artificial.

Algún principio físico

hará incompatibles al cemento

con los cuerpos de los hombres (con mi cuerpo),

(con el metal).

Ahora que lo veo, descuido el ser.

La naturaleza penetra a través del aire

ya todo aquello que importaba no tiene más sabor ni dolor.

Fresco el silencio y el motor,

fresco el pálpito del corazón.

Ya sin forzarlo a un tiempo ridículo

se escucha mucho mejor.

Y dice ¿sabés?

Dice, pero dice mucho.

Pide. Un respiro, una canción.

Un tiempo.

TIEMPO -demonizado como lo hemos creado,

violado

y construido.

Es un espacio quieto. y en movimiento.

Pero aquí, justo aquí en este punto (justo aquí)

la incertidumbre ya no importa.

Es casi el ritmo al que se acoplan

(de pronto)

todas las melodías.

Las escucho –ahora sí, las escucho.

Son absolutamente bellas. Hermosas. Impredecibles. Serenas. Armónicas.

Indescifrables en su propio son, pero aun así, cuerdas.

Frescos, de la frescura del saber

que incluso lo no sabido va a estar bien.

Frescos, como las nubes esponjosas,

como la sonrisa de aquel,

como el agua que purifica

como la sal del ayer.

En una sola charla nos sentimos

otra vez diminutos.

y el peso que cargamos disminuye desaparece,

Se hace nada como la nada

de dónde la hicimos provenir.

Ya no pesa porque ya no está.

La liviandad de las palabras

y del ocio,

y del ser (y ya no del deber)

es hermosa,

es valiente,

ES.

Yo recuerdo el torbellino

y ya no.

ya no otra vez.

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