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A modo de explicación (o de autorreflexión compartida)


Advertencia: este texto no trata puntualmente sobre un viaje físico en sí. Sirve de introducción, claro, para un viaje real que fue el de Cuba, pero no es su único propósito. Si lo que querés es leer una aventura en un país nuevo, este texto te va a desilusionar. Si te interesa, en cambio, un viaje más profundo e interior, capaz te divierta un poco más. Pero no garantizo nada: escribo porque me sale así y porque tengo que decir algo-no sé qué- a alguien-no sé a quién-.


Quizás sea un poco pronto para un balance anual, pero la verdad es que siempre me pareció que era estúpida la forma en la que contamos los tiempos. El tiempo, como tal, no tiene fechas, números, ni duraciones limitadas en semanas, meses y años –a lo sumo lo tienen nuestras rutinas que, por suerte, son muy diferentes entre sí. Si el tiempo dividido y estructurado socialmente no tiene sentido como tal para el humano, si es una cuestión de percepción, siento que es momento de hacer mi propio balance aunque sea octubre. Es un balance que vengo haciendo mentalmente mientras salgo de una crisis profunda de construcción de identidad.


Pero no me quiero ir por las ramas. Escribo esto en gran parte para mí –para ordenar esas ideas, para reorganizar mis pensamientos, para entender lo que me pasa y, por sobre todo, para ACEPTAR, porque a veces en mi acelere me cuesta entender que las cosas llevan tiempo y que los fracasos de ahora pueden ser los aciertos de después. Pero también escribo porque de dentro me brota una necesidad gigante por retomar lo que mejor me hacía, que era escribir no sólo para mí, sino para otros; que era contar, que era registrar mi vida como una vida más del montón de vidas de las que nos rodeamos (y a la vez, una vida es una conjunción de ese montón de vidas y fragmentos de vidas con los que nos topamos) y retomar el hábito de un proyecto que empecé y dejé –por un momento- trunco. Cuento mi experiencia y mi percepción porque creo que es lo más universalmente humano que tengo, no porque piense que sean la únicas válidas. Cuento mi experiencia y mi percepción para integrarla en una serie de relatos de vida que vengo registrando desde distintos lugares, como parte de una búsqueda personal que me viene carcomiendo la cabeza y el alma: encontrar la esencia de la humanidad.


Recién este año pude entender inconscientemente lo que venía buscando: pude integrar todas las cosas que viví y todas las cosas que me gustan en una sola pregunta: ¿Qué es ser humano? Descubrí que buscaba la respuesta –y la sigo buscando- en los viajes que hago (en el contacto directo con otras culturas, en el intercambio, en el entender cómo viven otros, cómo piensan, qué los consuela, qué los alegra, qué sueños tienen, qué miedos); en las fotos que saco y en lo enriquecedor que me resulta pedirle una foto a un extraño en la calle y que me cuente un pedazo de su historia o de lo que él quiera contarme; en los textos que escribo; en la carrera universitaria que elegí, Historia (y el preguntarme cómo vivimos, cómo hemos vivido, por qué estamos así, porqué somos así, qué hacemos para cambiarlo, qué es lo que no ha variado a lo largo de todas las sociedades y transformaciones humanas, qué mantenemos como especie); en el encuentro con la naturaleza (en la simbiosis del hombre natural con el espacio que lo rodea; la esencia debajo del hombre social; el instinto); en la multiplicidad de relaciones humanas y afectivas que construí a lo largo de mis años, que por suerte son pocos y por eso me esperanzan a seguir construyendo otras nuevas o soltando viejas; en el intercambio constante con otros humanos comunes y corrientes, como yo, que se preguntan todos los días hacia dónde van, que le buscan un sentido a su vida –aunque no lo encuentren- , que dicen a veces “por qué a mí” y otras veces “qué suerte que tengo”, que creen, sostienen, afirman, se desdicen, se contradicen, se cuestionan – o no lo hacen nunca-, y cambian constantemente –de parecer, de opinión, de gustos, de amores, de identidad-; que sufren y que se alegran por momentos, que son, hacen y tienen –y a veces son por lo que tienen, y otras veces tienen por lo que hacen, y que a veces priorizan el tener sobre el hacer y el hacer sobre el ser-; que caminan, porque viven, aunque no lo sepan todos los días.


Busco, y quiero, despojarnos a todos hasta vernos desnudos, hasta encontrar que es lo que SOMOS más allá de lo que usamos para cubrirnos: más allá de lo que hacemos, de dónde vivimos, de qué nacionalidad, qué religión, qué partido político, qué ideología, qué pasión, qué clase social, qué edad, qué historia. Busco eso que, borradas todas las fronteras que nos separan, nos hace HUMANOS. (De todo esto se trata el proyecto que estoy armando y que pronto sacaré a la luz.)


En ese sentido, este año empezó con un GRAN viaje, que reafirmó la pasión que tengo por conocer lugares y culturas nuevas de la forma más humana posible. Me fui a Cuba un mes, habiendo pasado antes por Bariloche en una visita familiar y después rápidamente por Chiloé y Puerto Varas en el sur de Chile y por Santiago de Chile otra vez. Después viajé dos veces en el año a Bariloche, que es donde viven mi mamá, mi hermano, mi prima, y ahora puedo decir que varios amigos, y que es, realmente, el lugar donde me siento en casa. Pero por sobre todo, este fue un año de un ENORME Y PROFUNDO VIAJE INTERIOR, en el que me encontré con un montón de cosas mías, un montón de cosas de otros, en el que me perdí varias veces, me lamenté, me divertí, aprendí, y disfruté, como en cualquier otro viaje físico por un territorio nuevo. Yo fui mi propio territorio inexplorado, y creo que todos somos en gran parte un territorio inexplorado. Nada es mejor ni más sano que viajar por adentro de uno, pero CUIDADO, es fácil encontrar mil cosas que no nos gusten, o que nos hagan sufrir, o que nos enseñen a los golpes. CUIDADO, porque un viaje interior, al igual que cualquier viaje, nunca es todo color de rosas, nunca es perfecto ni eternamente feliz, nunca se hace con el mismo entusiasmo, y muchas veces se sigue por inercia. Pero así como recomendé siempre viajar por el mundo para abrir la cabeza y el corazón, recomiendo viajar por uno mismo para abrir el espíritu y descubrir cosas nuevas. Aunque suene cliché, la vida es un viaje, y separar “vacaciones” de “rutina” a veces nos hace olvidar esa cuestión. Si nos lo permitimos, viajamos todo el tiempo, aunque no nos movamos del lugar.



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