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Contrastes americanos.

— A mí me parece que son todos pobres acá en Perú —me dice ella mientras come uno de sus sushi rolls vegetarianos—. Aunque no lo entiendo… ¡con lo caro que está todo!*


La miro. Toma un sorbo de su limonada sin azúcar y espera una respuesta. Quiero preguntarle cuánto conoce de Perú como para sacar esa conclusión, y explicarle que en Sudamérica la desigualdad es moneda corriente; la riqueza está concentrada en unas pocas manos, pero no es inexistente. Quiero contestarle que durante años nos sacaron nuestros recursos quienes nos colonizaron, y cuando quisimos empezar a crecer de forma autónoma ellos se asustaron y se encargaron de que alguien aquí mantuviera el orden, incluso si eso implicaba miles de pérdidas de vidas humanas. Y quiero decirle que como si aquella masacre no hubiera sido suficiente, en los 90 se vinieron con sus ideas neoliberales y convencieron a un par de títeres de privatizar los países a cambio de enriquecer sus bolsillos. Quiero explicarle que hace años nuestra pobreza, nuestra desigualdad, es su culpa, y que nos vienen quitando nuestros recursos desde hace más de quinientos años con distintas excusas: o la religión, o el temor a la revolución anticapitalista, o la idea de un “mejor” mundo globalizado. Y luego nos cobran deudas infinitas que nos mantienen siempre amenzados.


— Bueno, depende que considere usted pobre. No todas las personas están en esa situación, e incluso tienen formas distintas de vivir que no necesariamente son resultado de la pobreza. Pero tiene que entender que hay también mucha desigualdad —le contesto, mientras pienso que lo que a ella le resulta caro en realidad lo es porque existen turistas que lo pagan anualmente; le quiero explicar que el tren más caro del mundo que ella acaba de pagar es, en realidad, una empresa multinacional, cuyas ganancias se van casi por completo dejando para el país un porcentaje mínimo. Le quiero explicar que como esa, hay miles de empresas en la misma situación y que incluso la Inca Kola, la bebida más vendida en Perú, fue comprada por Coca Cola Company cuando el gigante descubrió que no podía vencer en el mercado.


— Puede ser —me dice—, pero yo lo veo todo igual. La gente es pobre, y además no tiene educación. La ciudad de Cusco está muy sucia; yo no entiendo porque nadie les enseña que no hay que tirar la basura en la calle.


Me pregunto por dentro cuantas botellas de plástico recicla la señora para evadir la culpa de pertenecer al país más contaminante del mundo, con sus industrias largando humo a la atmósfera, sus años usando plástico para todo, o los derrames de petróleo en todos los mares del mundo. Y me acuerdo, también, de otro cliente que me contó que conocía mi país porque había ido a cazar patos y aves, porque “ahí hay menos regulaciones”.


— Nosotros, en América, dividimos la basura. ¡Acá se podría hacer lo mismo y sería mucho mejor! —exclama, y a mí se me revuelve el estómago. Quiero responderle que ahora también está en América. Que yo soy tan americana como ella y que si no se quieren inventar un gentilicio para representarse no tienen porque robarnos uno que nos pertenece a todos. Pienso un poco en Bolivar, y en cómo sería el mundo si se hubiera logrado la Confederación Americana que él (y otros) tenían en mente.


— Puede ser —le respondo sin ganas. Y me retiro con la excusa de atender otras mesas. Si mi trabajo no involucrara la atención a turistas, si la señora me hubiese hablado en la calle, quizás le hubiese respondido en español, porque aquí es ese el idioma oficial y no es mi culpa que la señora no quiera aprender otra lengua que la suya. Pero estoy trabajando, y parte de mi trabajo es comunicarme en inglés.


La observo un rato desde lejos: su pelo rubio, sus pestañas pintadas, su ropa deportiva y sus zapatillas Nike, la gorra que colgó sobre la silla y la botellita de agua sobre la mesa. La señora come despacio; se distrae constantemente con su celular, como todos. A veces me sorprendo de tanto silencio, familias enteras cenando juntos y sin hablarse; parejas que antes de pedirme la comida me preguntan la contraseña del wifi; grupos de amigos sacándose selfies cuando les llevo los platos para subirlas rápidamente a internet. Después de un rato, me mira de nuevo y me sonríe. Con un gesto simple me pide la cuenta; yo asiento con la cabeza. Antes de acercársela, miro el ticket. Su almuerzo vale tres veces más que mi sueldo diario. Me rió irónicamente por dentro y le alcanzo la cuenta.


­— Gracias —. Me dice en un español extraño, mostrándome sus dientes blancos. Se le hacen dos hoyitos al costado de la boca cuando sonríe y unas arrugas en los ojos. Noto que tiene más edad de lo que aparenta— ¿Le puedo hacer una pregunta? ¿De dónde es usted? No parece peruana. Es como… como más blanquita.


— Soy argentina. Y sí, en nuestro país la mayoría de nosotros tiene descendencia europea.


— Ah, con razón. ¿Y por qué?


— Tuvimos mucha inmigración en la época de entreguerras. Y un gobierno conservador que quería parecer Europa y por ello abrió las puertas a extranjeros dándole muchos beneficios. —Me gustaría contarle que me entristece recordar las campañas de esos gobiernos que mataron miles de indígenas y que el nuestro es un país que, comparado con los vecinos, ha perdido bastante sus raíces.


— Bueno, eso benefició también al país, ¿no? Digo, ustedes son más civilizados, más desarrollados.


— ¿Ha visitado usted Argentina?


— No, no, pero tengo unos amigos que estuvieron en Buenos Aires hace un tiempo.


— Ah, está bien.


Levanto su plato para tener un motivo para irme. La conversación no deja de incomodarme. Ella se levanta; toma su gorra, se pone su campera y deja la servilleta arrugada sobre la mesa. Antes de retirarse me saluda: “gracias” me dice nuevamente. Le sonrió mientras le abro la puerta y después me acerco a su mesa para limpiarla. Entonces veo que la señora me dejó 20 soles de propina. No puedo evitar ponerme contenta por ello, y casi por arte de magia, me olvido de la molestia que tenía. Me voy con los veinte soles contenta; es imposible no alegrarme por ello, soy otra sudaca más.


*La conversación de este post es ficticia. La inventé en base a las preguntas que me hicieron distintos turistas, pero no ha ocurrido toda con una misma persona. Por otro lado, sólo intento hacer una representación de un estereotipo; no todos los “americanos” que conozco son iguales, y no todos los sudamericanos somos iguales.

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