top of page

Viajar como modo de vida.

Hace unos días que estamos trabajando en el mejor restaurant de Machu

Picchu pueblo. Cómo veíamos que se nos acababa el dinero que teníamos, nos mentalizamos para buscar un trabajo y, como siempre, todo lo que deseamos con fuerza nos llega y todo problema tiene una solución. Ahora estamos acá, atendiendo turistas que, a diferencia nuestra, vienen por unos días y se gastan en un almuerzo la mitad de mi sueldo. Les sirvo platos carísimos sabiendo que por lo mismo puedo comer una semana y luego les cuento mi experiencia, mi historia. Entonces quedan asombrados; algunos me felicitan por la valentía, otros me dicen que soy muy arriesgada, y unos pocos descubren que podrían haber gastado mucho menos en su pequeño viaje.

Toda mi vida creí que viajar era cosa de ricos. Tuve la suerte, durante mi infancia, de conocer otros países, sobretodo porque tengo familia repartida en el mundo. Pero siempre me dio envidia ver a aquellos que podían llegar de Argentina a Tailandia, o de China a Europa, y creí que si algún día podría hacer eso, faltaba mucho. Más que nada, concebía como requisito tener el dinero suficiente para hacerlo. Y como juntar tanto dinero me parecía difícil, pensaba que la única manera era trabajar todo el año para disponer de unos quince días de vacaciones.

Luego conocí a algunos que viajaban de “mochileros” y se pasaban tres meses recorriendo una parte del mundo. Me asombraba, pero creía que ellos habían tenido otra suerte; yo no disponía ni de tres meses de vacaciones por culpa de mi trabajo, ni tenía el dinero suficiente para hacerlo.

Durante un tiempo pensé en viajar como algo lejano, como un sueño a futuro. Hasta que un día empecé a cuestionarme qué estaba esperando; qué sentido tenía trabajar todo el año para disponer de sólo quince días de vacaciones en las que los viajes no podían ser más que programados. Se me metió en la cabeza que algún día haría otro tipo de viaje, y me iría a recorrer el mundo sin límite de tiempo.

Cuando finalmente me decidí y salí de mi casa hace más de seis meses, no sabía lo que encontraría. Viajar me resultó mucho más barato que vivir todo el año en la misma ciudad y cada vez que me enfrenté a un problema, siempre encontré una forma de resolverlo. Comencé a disponer de todo el tiempo del mundo y del dinero que había ahorrado, sin embargo, el dinero se gastaba de a poco, mucho más despacio que cuando vivía en Buenos Aires y creía que no me alcanzaba. Empecé mi viaje trabajando en un local de souvenirs en Ushuaia, una forma de escaparme de la masa turística, y de demostrarme a mí misma que no sólo se viaja de vacaciones y que todo lo que me propusiera era posible.

A lo largo de los meses que siguieron, aprendí que si bien en este mundo capitalista todo se cobra, siempre hay algún recoveco para que las cosas no salgan fortunas; siempre un camino alternativo, una persona amable, un nuevo amigo, una ayuda, o una suerte de milagro. Comprendí de a poco que el dinero va y viene, y que no necesariamente compra la felicidad. Cuando cuento sobre mi viaje a gente que jamás se planteó la posibilidad, como los turistas que atiendo hoy en el restaurant, me preguntan cómo me animo a arriesgarme así, o si no me da miedo no saber qué haré cuando vuelva. Y yo les contesto que para mí no es un riesgo, que es otra forma de vivir, y que prefiero no arriesgarme a perder la vida trabajando por algo que no me hace feliz. ¿Qué pasa si prefiero la libertad a la estabilidad? ¿O si no temo el volver, porque tal vez no pienso radicarme de nuevo en mi ciudad y hacer como si no hubiese pasado nada en el tiempo del medio? ¿O si me doy cuenta que nada me dará una seguridad económica de por vida y que, incluso si lo hiciera, no me garantizaría una vida feliz?

Cuando la gente parece encontrar su respuesta diciendo “ah, te tomaste un año sabático”, les digo que no. Que viajar no es para mí cortar una rutina a la que quiero regresar, sino, en algún punto, un modo de vida. Viajar se convirtió en mi nueva rutina de la no-rutina, y también, en mi forma de vivir, aunque sea o no temporal. Cuando uno viaja como modo de vida, comprende que se puede vivir con muchísimo menos y que lo importante no se cuenta en dólares. Viajar como modo de vida implica acumular más sonrisas que monedas, más anécdotas que propiedades, más amigos que tarjetas de crédito. Y para mí, al menos, son esas experiencias, esos recuerdos, los que me llevaré cuando me vaya de esta vida, y no las pertenencias que me haya comprado

Para aprender a viajar como modo de vida es necesario saber desapegarse, de a poco, y adaptarse al cambio constante: a no saber si se llega ese día a destino, a dormir en un lugar distinto cada noche, a que una cama y una ducha sean más que suficiente y a que sin muchas pertenencias hay menos preocupaciones. Para mí, es un modo de vida, porque no tengo apuro por llegar a ningún lado, ni por volver, ni por disfrutar al máximo, en quince días, lo que puedo disfrutar en un año. Viajar de esta forma es muy distinto a hacer turismo, y es, sobre todo, muy posible. Hacer de viajar un modo de vida significa tiempo, libertad y mucho aprendizaje; es seguir al propio corazón, y no obligarse a cumplir lo que el resto considera obligatorio. Soy de las que piensan que cada uno tiene su propio camino y debe hacerlo a su ritmo. De nada sirve apurarse o seguir el camino de otros, porque cuando uno elije caminar por el suyo, todo empieza a acomodarse por sí solo y, de alguna manera, es nadar a favor de la propia corriente.

Sólo espero que el día de mañana haya acumulado suficientes historias para contarles a mis nietos, haya podido recorrer los distintos rincones del mundo, tal vez visitando amigos que me hice en este viaje y que viven en lugares remotos, o haciéndome nuevos. Ojalá, el día que vuelva nadie se esfuerce en convencerme que tengo que postergar mis sueños o dejarlos de lado, que la vida es más seria que vivir viajando o que tengo que cumplir otras responsabilidades. Porque si uno hace lo que le gusta sin perjudicar a los otros, lo único que puede transmitir es buena energía. Y además, puede mostrarles a los otros que no hay necesidad de sufrir mucho tiempo para llegar a una meta. Si uno se lo propone, puede cumplir sus sueños. Y aunque no lo crean, cualquiera puede viajar; los obstáculos están todos en la cabeza.

Compartí este post:

bottom of page