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Vacaciones en familia

Desde que decidimos no quedarnos la temporada en Bariloche, las cosas empezaron a mejorar. No es que no estuvieran bien, pero nuestro espíritu viajero (al menos el mío) estaba triste, y nos decía que debíamos seguir. Lo pensamos bien y nos convencimos. Habíamos pasado casi tres semanas repartiendo currículums, cocinando y durmiendo la siesta. Tener una casa para nosotros era una enorme ventaja pero implicaba también ponernos a limpiar y ordenarla, además de no conocer otra gente. El viaje, el proyecto, se había convertido en la cotidianidad de lo aburrido, en unas vacaciones de descanso, que ninguno de los dos quería tener. Porque tampoco supimos aprovechar el lugar y recorrerlo, conocerlo a fondo, observar sus paisajes alucinantes y su naturaleza maravillosa. Es que Bariloche no se sentía desde un principio, para mí, como parte del viaje. De todos los lugares que pienso recorrer y los que ya recorrí, el único que siento como mi casa es Bariloche, el único que conozco bastante y que está cargado de recuerdos de vacaciones en familia y de anécdotas. Y además, Bariloche va a ser el nuevo hogar de mi familia, cuando se muden mi mamá y mi hermano, y probablemente el lugar al que regrese cuando termine el viaje. Por todo eso, Bariloche tenía más gusto a esa pausa, a ese fin, que a seguir en viaje. Y el no conseguir trabajo tampoco nos estaba ayudando. Tomar la decisión fue sentirnos libres, aunque siguiéramos ahí, pero ahora con la cabeza en lo que vendría, abriendo un mapa y eligiendo nuestra ruta más próxima. Sin embargo, la idea no era huir de Bariloche sin darle otra oportunidad. Así que fuimos a Cipolletti a pasar la navidad con mi familia, como ya habíamos planeado, y hoy volvimos, para tener unos días más acá.

Ya salir para Cipolletti fue un cambio. Llegamos a dedo mucho más rápido que si hubiéramos ido en micro. Era una buena señal. El hombre nos dejó muy cerca, a la salida de Neuquén, y mi tía fue a buscarnos. Por primera vez después de Ushuaia había alguien esperándonos, cosa que me reconfortó muchísimo. Pero esta vez se le agregaba el gusto de que quienes nos esperaban eran mis familiares, gente que me conoce desde que nací, que me quiere y se preocupa, que me hace sentir realmente querida, realmente feliz. Llegar a la casa y encontrar a mi abuela, que me había despedido en el aeropuerto hace casi tres meses, fue todavía más emocionante. Nos abrazamos contentas. Era un cable firme a Buenos Aires, a todo y todos los que dejé allá, y fue lindísimo. Es que, en general, estar con ellos fue un gran regalo, fue la conexión con TODA mi familia, con mis recuerdos, con mi historia, con los que me esperan en Buenos Aires y me siguen queriendo, transmitiéndome sus buenas energías y su cariño a pesar de la distancia. Así, pude tener una navidad familiar, acompañada por mis tíos y primos que representaban a todos los que no estaban, con asado, vino e incluso regalos. No esperábamos eso y no podíamos estar más agradecidos.

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En Cipolletti pasamos varios días de tranquilidad, entre asados y almuerzos, ríos y mates, risas y anécdotas. Cocinamos pizzas, dormimos la siesta, miramos fotos viejas y recordamos historias familiares de otras vacaciones. Armamos un rompecabezas de mil piezas entre todos y también hubo charlas profundas. Cipolletti se convirtió en unas mini vacaciones familiares. No hacíamos más que disfrutar y de a poco, fui reconciliándome conmigo, con Andy y con el viaje. Ahora que nos habíamos decidido a seguir en poco tiempo, estábamos más tranquilos, más contentos y más unidos, sabiendo que estos días en familia eran perfectos para tomar el impulso necesario para todo lo que se viene, para el año que está por empezar y que nos llena de incertidumbre, de intriga y adrenalina. Sin embargo, ya no siento el apuro por escapar a la ruta ni la presión por seguir viaje que se ponía mi propia alma viajera. De pronto, estos días se volvieron un descanso necesario.

Ahora estamos en Bariloche de nuevo, ya sin esa carga que nos representaba el pararnos tanto tiempo. Pasamos un último día familiar en Villa El Chocón (Neuquén) caminando el cañedón, conociendo, jugando al burako con mi abuela, leyendo y charlando. Fue un buen cierre para esas vacaciones, llenas de paz y de energía, que me dieron mucha fuerza para seguir adelante un largo trecho. Fue vital y feliz, pero suficiente. Después de renovarme, quiero (y queremos) volver a la aventura. Arrancar esta nueva que es viajar de a dos y salir de la Patagonia para cambiar de paisajes y partir rumbo al norte. Espero que, aunque no los tenga cerca, mi familia me siga apoyando desde donde esté, porque son los que más me motivan a seguir, a no dejar mi sueño y a sentirme siempre acompañada.

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