top of page

Viajo conmigo

Primera lección: soy mi propia compañía.


Hoy hice mi primer trekking completamente sola. En las 6 horas y media que me llevó, me crucé con apenas tres personas y sólo para intercambiar un “hola”. Estar completamente por mi cuenta durante todo el día me hizo descubrir que uno lleva consigo todo el tiempo su propia compañía. Puede parecer algo obvio, pero muchos creen que viajando uno se transforma, “abre la cabeza”, está en paz, es todo el tiempo feliz. Y en parte lo es –o eso creo. Pero nada ocurre tan rápido, y uno no deja de ser quien es por el simple hecho de estar viajando. Viajar es un cambio de estado, no de esencia; al menos no inmediatamente.

Desde que llegué a Ushuaia, no estuve sola. Tal vez hasta menos sola que en Buenos Aires, porque uno se predispone distinto, conoce gente, se pone a charlar con desconocidos sin problema y tal vez termina caminando el resto del día con otra persona. Pero este día fui mi única compañía. Fui mi compañía cuando reflexioné frente al paisaje inmenso que se me presentaba y sentí la libertad, el corazón tranquilo, y la felicidad de quien mira para atrás contando los pasos que lo llevaron a estar en el lugar y en el momento en el que debe estar. Fui mi compañía cuando tuve que subir de nuevo al camino entre los árboles y me senté a comer una pera que llevaba en la mochila. Fui mi compañía cuando agarré el sendero incorrecto y las plantas me rayaron las piernas, y fui mi compañía cuando tuve que incentivarme para subir un tramo más empinado. También lo fui cuando almorcé sentada en el pasto y mirando el agua cristalina del canal. Pero sentí más esa soledad de ser yo estando

Selfie con paisaje!

conmigo cuando creí que me había perdido porque ya no había más camino, estaba cansada y las zapatillas se me llenaban de barro. Empecé a desconfiar de mi “lógica” y me autoboicoteé. Quise volver y volví sin saber por dónde debía ir, con ganas de llegar a destino, sintiendo el peso de la inmensidad de la naturaleza sobre mí.

Fue siempre el mismo lugar y el mismo día. La diferencia la hizo mi ánimo, mi yo, mi mirada. Porque se viaja con uno. Viajo con mis fortalezas y mis debilidades, con mis malos humores y mis alegrías, con mis recuerdos, con mi historia, con la nostalgia de lo que dejé allá. Viajo con mi capacidad de incentivarme y la misma para tirarme abajo. Viajo con mi forma de interpretar, mis pensamientos y mi mirada. Viajo con mis dolores, con mis dudas, con mis miedos, mis errores, mis incertidumbres, mis inseguridades y mis dudas. Pero también con mis libertades, mi forma de relacionarme con el mundo, mis ganas, y mi propia autoestima. Por ello me doy cuenta que el viaje no está afuera, en lo que nos pase, sino adentro de uno. El viaje es cuestión de cómo se enfrenta uno, con lo que es, a lo que está viviendo.

Compartí este post:

bottom of page