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Rutina del fin del mundo


Casi sin darme cuenta, me convertí en fueguina. Desde el primer día, amanecí como si fuera lo más natural del mundo despertar en la casa de un desconocido y al abrir la ventana ver montañas nevadas en vez de cemento; como si lo raro fuera haber estado tanto tiempo en Buenos Aires, como si viviera en Ushuaia hace muchos años, como si no debiera estar en ningún otro lugar en el mundo en este momento.

Entonces me olvido que estoy de viaje y hago mi rutina-norutina. Me levanto a las 9, me cebo unos mates y tomo el colectivo hasta el museo del ex presidio, donde trabajo. Vendo souvenirs a extranjeros y turistas que me piden recomendaciones sobre la ciudad y les respondo que no sé, que yo también soy de Buenos Aires, que llegué hace cinco días. Almuerzo en una estación de servicio o me traigo un tupper, porque los restaurantes cobran a precio turista y yo no me siento una turista. Voy al supermercado, compro lo mismo que compraba en mi ciudad, pago en mi moneda y hablo en mi idioma. A veces cocino algo rápido para salir del paso y me acuesto temprano; otras veces mi anfitrión se manda una parrillada y hablamos como viejos amigos. Me olvido que estoy de viaje, porque pensaba que viajar era estar todo el tiempo maravillado y que era obligatorio sentirse fuera de lugar, sentirse incómodo, sentirse un intruso, aunque solo fuera un tiempo.

De pronto miro por la ventana de mi nuevo trabajo, o camino por la costa de la ciudad, o presto atención desde la ventana del colectivo. Las montañas me rodean con sus puntas blancas y el canal, puerta a los océanos en el fin del mundo, me recuerdan que estoy en un lugar nuevo. Miro a los turistas ir de un punto al otro para cumplir todo el itinerario y me relajo, porque yo no quiero eso, yo quiero caminar, quiero conocer, quiero tomarme una pausa y sentarme a observar. Me cruzo a una persona y me quedo hablando. Alguien me acerca a algún lado. El chico que me vende zapatillas me acompaña caminando hasta el trabajo. Les cuento de mi idea, de mi viaje. Se asombran, me felicitan, me dan consejos. Y me doy cuenta que estoy viajando. Que eso es viajar. Es vivir como local pero sin serlo, es mirar alrededor sorprendida, es animarse a hablar con desconocidos para compartir aunque sea un momento, es meterse en la ciudad como si fuera suya, pero despacito, sin hacer mucho ruido; es no tener apuro porque no me espera ni un lugar ni un momento mejor que el que estoy viviendo.


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