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Todo se da en el momento indicado (Parte 2)


Hacía un año que vivía sola en microcentro. No había tenido un año muy positivo con respecto a los hombres y eso me deprimía. Aunque en los últimos meses había salido con algunos chicos, no tenía mucha esperanza. A fines de ese año, las cosas en el trabajo cambiaron drásticamente. La decepción y sufrimiento que eso me generó fue enorme e incluso me costaba explicarlo en su momento. En el agosto anterior, cuando supuestamente había puesto fecha para irme, me había quedado porque había conseguido un trabajo estable que me gustaba, que “era una gran oportunidad para mi edad”, que tenía una hermosa oficina, un buen jefe, y un sueldo muy tentador. Ahora, un año después, ese trabajo que me había frenado se había empezado a convertir en mi pesadilla, y todo eso que antes veía de colores se volvió como era en realidad, una enorme farsa. Me fui de vacaciones en el momento que más necesitaba despejarme 15 días y en un estado emocional bastante colapsado e inestable. Otras amigas y yo nos fuimos a la costa uruguaya y ahí nos encontramos con el chico con el que venía saliendo desde diciembre y sus propios amigos. Fueron unas buenas vacaciones, necesarias, divertidas, pero no tan mágicas como habían sido las de Brasil hacía dos años. No porque el lugar o la gente no se prestaran para eso (Uruguay es también una invitación constante a la paz y a la libertad), sino porque yo estaba en otra situación y con una gran carga de angustia que no venía en realidad desde las rupturas del trabajo sino desde hacía mucho tiempo más atrás. Fue ahí, un día, meditando frente al mar, que como una epifanía apareció de nuevo –y con muchísima más fuerza- la idea de viajar. Y esta vez se me apareció con un territorio definido (no Latinoamérica sino Sudamérica) y como la única opción viable frente a los dos caminos que se me hacían muy diferentes: buscar otro trabajo de oficina, seguir viviendo en microcentro e ir a la facultad, o recorrer Sudamérica por un largo tiempo y vivir siendo yo misma. La definición fue muy clara, y por segunda vez, sentí esa ola de libertad que me pegaba a la cara y me hizo llorar –literalmente- de felicidad (Si querés saber más sobre esta “epifanía” lee mi post Relato en tercera persona).

Volví, esta vez sí, decidida. Nada me lo impedía. Como si fuera poco, cuando llegué mamá me contó que pensaba irse a vivir a Bariloche al año siguiente (ojalá lo haga) y apenas le conté –de nuevo- lo que había decidido me dijo: “Sé que te va hacer muy bien ese viaje. Vas a crecer un montón. Obvio que te voy a extrañar pero me alegra que lo hagas; tenés la edad justa y es el momento indicado para hacerlo.” Tengo la “suerte” –como no creo en la suerte sino en que las cosas son como son por algo, prefiero decir el “regalo”- de tener una familia super comprensiva que me apoya y me quiere muchísimo, lo sé. Pero, además, ahora esa familia me decía que se iba a vivir lejos. ¿Qué me ataba ahora a mí en Buenos Aires? Por supuesto que muchos amigos y familiares, una relación con un chico que recién empezaba, y la carrera. Pero sabía que cada una de esas ataduras, por distintas causas, no eran un obstáculo para mi viaje: mis amigos más certeros lo seguirán siendo me vaya o no, y si las relaciones se terminan no depende de la distancia sino de muchas otras cosas; mi relación justamente, recién empezaba, y al momento no justificaba posponer mi sueño; y la carrera no solo la podría seguir más adelante sino que estudiando Historia, viajar significaba ir directo a mi objeto de estudio y conocerlo desde adentro.

Las cosas empezaron a desenvolverse solas, y a la vez, me empujaron a moverme. Ya no era la adolescente que decía “tal día agarro mis cosas y me voy, y después voy viendo” sino que sabía que tenía cosas que pensar y planificar, que debía sacar un pasaje, juntar plata, averiguar contactos y conseguir los elementos necesarios. Por supuesto, también, motivarme. Así que, mientras seguía yendo a esa oficina que odiaba entraba unos minutos a blogs de viajeros –gracias Aniko[1]- y buscaba los destinos a donde tenía que ir, haciendo el tiempo menos tedioso.

Había algo más que todavía faltaba. La gente me preguntaba “¿Y no te da miedo viajar sola tanto tiempo?”. Respondía siempre con lo mismo: me acuerdo que una vez, antes de mi decisión, le comenté a un gran amigo del trabajo que soñaba con viajar y que sabía que no podía seguir esperando a que alguien se sumara conmigo, que el momento era ahora y que no lo iba a seguir pateando. Pero Dios se había puesto a armar un rompecabezas en donde no podía faltar ninguna ficha y sabía que debía terminar de darse todo lo que hacía falta. Los historiadores llaman a esto coyuntura, otros creen que es el universo, o el destino, o la casualidad; yo creo que ese es Dios.

En fin, seguía saliendo con el mismo chico que había empezado a fin de año. Cuando le conté que había decido irme, ninguno de los dos tomó mucha conciencia de lo que significaba y decidimos no cortar la relación[2]. En uno de esos primeros meses, él me contó que no estaba tan cómodo con su vida, con su trabajo, con la rutina. Y, aunque sabía que era apresurado y que podía quedar como una loca le dije “bueno, si querés venite conmigo”. No me miró como una loca, nada más me dijo que lo iba a pensar. La vida, el amor, el compañerismo y todo eso que fue pasando en los meses siguientes llevaron a que un día, por fin, me dijera que se sumaba. Mi viaje se convirtió de repente en un viaje de a dos, lo que me daba miedo y a la vez me generaba esa hermosa satisfacción de saber que “la felicidad solo existe cuando es compartida”.

Aunque no sé qué pasará en un tiempo, confío en que si las cosas se dieron de esta forma es porque así tenían que ser, y creo, firmemente, que todo se da en el momento indicado.





[1] El blog de Aniko Villalba, una viajera y escritora, fue el primero que leí. Me gustó tanto y me sentí tan identificada que me compré el libro. El suyo –y el de Juan Villarino y Laura Lazzarino— me motivaron muchísimo y me hicieron darme cuenta que hay mucha gente en el mundo viajando y siendo feliz. Si querés leer un poco de Aniko hacé click acá. Si querés leer sobre Juan y Laura, clickea acá.


[2] Como escribe Juan en “Caminos Invisibles”: “Laura y yo teníamos la misma manera de tomar decisiones: decíamos que sí a lo que entusiasmara nuestro corazón y luego veíamos como barajarlo”.

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