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Paso 1: No idealizar

Hace tiempo que no escribo, bah, que no escribo lo que quiero, lo que me sale. Y con eso me pasan varias cosas. Primero, me asusta. Pienso que si no estoy escribiendo ahora es porque entonces no es lo mío. Pienso que si no le doy bola, nunca voy a llegar a nada. Pienso que lo pateo siempre poniendo una excusa y que así lo voy relegando. ¿Significa realmente eso? Enseguida me justifico: no escribo porque no tengo tiempo, porque estoy en otra cosa, porque no encuentro el espacio, porque no estoy inspirada. Y por último me relajo: ya voy a volver a tener ganas cuando viaje, falta poco.

Pero no. Hay muchos errores en todo esto. El “viaje” no es mágico (¿o sí?), no me voy a inspirar de la nada cuando ponga un pie en el avión y mientras tanto espero que florezca de la nada la creatividad. No. El “viaje” es también una excusa. Escribir – como toda pasión – requiere un ejercicio, dedicación, frustración, idas y vueltas, esfuerzo y perseverancia. (Ojo, son todas palabras con connotación negativa, pero creo que cuando se tratan de una pasión dejan de serlo.)

Es un error – siempre - creer que los sueños y las metas se logran de la nada. Y no sé si es mi culpa o la de mi generación, pero me considero una persona muy ansiosa. No soporto esperar hasta convertirme en escritora, hasta vivir de eso (como si tuviera tan en claro qué significa). No soporto transitar el camino de ponerme a escribir y que no me guste lo que me sale, que me trabe, que me enoje, que no llegue a ningún lado. Entonces, la solución más rápida que encuentro es darle la espalda. Y al hacerlo, una parte de mí se asusta, pero la otra se consuela con que ya va a pasar, con que tengo tiempo, con que lo voy a hacer más adelante.

Ninguna, pero ninguna cosa en la vida que valga la pena, se consigue sin caminar. Muchas veces pensé: Si hay algo que creo que jamás pueda inventar el hombre es un teletransportador. Soñamos con que es posible evitar el trayecto y que una máquina nos lleve desde donde estamos al lugar donde queremos estar en cuestión de segundos, sin perder tiempo ni cansarnos. Pero eso no va a ocurrir. Porque si hay algo que tenemos que entender es que para llegar a donde queremos llegar – o a un lugar que no imaginamos – debemos transitar hasta allá. No se hacen las cosas de un día para el otro, y las que sí, no tienen tanto sentido como las que son producto de un largo proceso.

No puedo esperar a que de un día para otro, mis ganas de escribir renazcan, como de la nada. No puedo esperar que de un día para otro, todo cambie. Y creo que, sin quererlo, ese es el peso que le di a “mi viaje”, lo que puede arruinarlo en varios momentos. Por eso, me propongo cambiarlo. De a poco, aceptar que “mi viaje” es justamente eso, un viaje. No es pasar de una Lu a otra completamente distinta de un día para el otro. No es pretender que los cambios se dan rápido, que apenas llegue a mi primera ciudad ya no me preocupe por los mismos problemas de siempre, no necesite las mismas cosas que acá, no llore por lo mismo ni me ría por lo mismo. No es creer que de la nada me van a resurgir las ganas de escribir, que de repente voy a hacer mi obra maestra, que voy a ser feliz a partir de entonces. No. Viajo, primero que nada, conmigo misma, y aunque eso seguramente lo aprenda con el tiempo, el yo que llevo desde acá carga con las cosas de siempre, con los mismos mambos, con la experiencia vivida, con los gustos y los rechazos, con los enojos y las risas. Viajo con todo lo que soy, y no puedo tirar por la ventana todo lo que fui hasta ahora. Aunque me vaya a vivir a otros lugares, aunque quiera conocer, dar vueltas y cambiar constantemente de hábitat, uno vive viajando constantemente, incluso cuando se queda toda la vida en un mismo lugar. Porque – aunque suene cliché – la vida es una especie de viaje, es un camino que hay que transitar, y lo mejor es hacerlo siempre con la cabeza para arriba, animándose a descubrir más, a seguir los instintos y a aceptar las equivocaciones.

Darle tanto peso a ese viaje mágico que teóricamente tiene que renovarme por completo y hacerme feliz puede imposibilitarme a ver lo que vivo ahora, puede hacerme creer que los problemas se van a resolver por sí solos, pueden convertirlo en una vía de escape más que de vida en sí. Y, por sobre todo, esa idealización me genera un miedo innecesario: creer que si no cumplo mis expectativas, fracaso. Pero, en realidad, ¿qué pasa si no llego hasta donde quiero llegar? ¿qué pasa si me vuelvo antes? ¿qué pasa si extraño demasiado? ¿qué pasa si me siento sola? Es muy probable que todo esto (y muchos miedos más), ocurran, como me ocurren a diario viviendo en Buenos Aires. El primer paso para empezar a viajar es, entonces, erradicar esas ideas y animarme a caminar.

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