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Abrazo


Con la consciencia del tiempo y de los pasos lentos: ahora, desde enfrente, me abrazo a mí misma antes de emprender este viaje. Abrazo a mi yo que salió creyendo que sabía todo y que llegaba con expectativas gigantes. Abrazo a mi yo que se chocó con cosas que no esperaba, y a la vez, con las que esperaba –porque más que esperarlas, las buscó. Abrazo a mi yo que entregó esos papeles en la Universidad; a la que eligió esta carrera; la que decidió seguirla muchas veces; la que tomó – sin quererlo – decisiones banales decisivas.

Abrazo la cotidianidad de la incertidumbre. El paso del tiempo. El silencio del Universo que sabe. Me abrazo cada vez que lloré porque sentía que no llegaba a ningún lado, que estaba estancada, que había fracasado. Abrazo cada una de mis crisis, cada uno de mis lamentos. Me abrazo a mí en la montaña y a mí en la meditación. Abrazo todas mis dudas y mis inconformidades. Abrazo mis tiempos “muertos”. Abrazo las horas que le dediqué a trabajar y a cansarme, el tiempo que usé en transportes públicos y en viajes sin rumbos que me hicieron pensar que no quería estar ahí, que quería algo más para mí. Abrazo cada persona que me lastimó en el camino y a los que lastimé; abrazo los amores que tuve y los que nunca tuve; abrazo a los que me decepcionaron, y a los que me dejaron, en su abandono, algo que decir. Abrazo las horas que no dormí para escribir. Abrazo la gradualidad con que se descuben las pasiones. Abrazo los caminos que no elegí – está bien así. Abrazo a aquellos que me desmotivaron, a los que me dijeron que mis ideas no eran muy realistas, a los que trataron de convencerme de que no se podía vivir siempre así. Los sigo abrazando. Me han enseñado que uno puede silenciar las opiniones de otros o usarlas como escalón para subir más alto. Y los abrazo porque sus pensamientos eran auténticos, porque eran reales, y porque me demostraron que yo, aunque dudara, no pensaba así. Que había contra que oponerme. Que había contra que construirme. Que hay, aun, algo que enfrentar para decir una cosa distinta.

Me abrazo a mí misma cuando pensé en viajar por primera vez. Me abrazo a mí misma en aquel viaje revelador; me abrazo a mí misma cuando lloré de soledad; me abrazo a mí misma cuando sentí que no encajaba. Me abrazo a mí misma en terapia y en la angustia de haberme mudado sola temprano. Abrazo los dolores más íntimos y los más cercanos. Abrazo las muertes que me tocaron vivir. Abrazo a quienes me abrazaron después y a los que abracé después, porque ese abrazo era nuestra forma de sobrevivir. Abrazo a los amigos que tuve y a los que sigo teniendo. A estos últimos los abrazo más fuerte: por el apoyo incondicional, porque creen en mí, porque me aceptan con mis errores y mis defectos, porque incluso a la distancia me siguen pensando, como yo en ellos. Abrazo a la familia que me tocó, a las peleas que tuve, al haberla visto a veces como un peso y muchas más veces como un regalo. Abrazo la persona que fui. Y a la que seré.

Abrazo a los que me hicieron crecer. A los que me dijeron que estaba bien. A los que se dieron cuenta qué era lo que me movía. A los que supieron aconsejarme. A los que me dijeron que tenía talento. A los que confiaron alguna vez en mí. A los que entendieron que no eran locuras pasajeras si no construcciones de vida. Abrazo a cada una de las personas que retraté. Abrazo a los que me enseñaron: a mis profesores y a mis alumnos. A mis compañeros de talleres y de facultad. A los dolores de la adolescencia. A los que me rechazaron. Abrazo cada una de las formas religiosas que busqué para darle sentido a la vida. Abrazo a las crisis de fe. Y a la inexistencia permanente.

Me abrazo ahora a mí misma, mientras abrazo a otras gentes diversas, mientras me siento abrazada por el mundo. A los que aparecieron en los últimos meses y a los que siempre estuvieron. A los que hoy, en mi presente, me están diciendo que voy bien, que puedo seguir adelante, que no baje los brazos. A los que se hicieron mis amigos casi sin conocerme. Al amor inconcidiconal. A curar las heridas después de haberlas destapado. A los destinos y a lo que tenga que suceder. Y también al azar, porque nunca estoy muy segura de cuán escritas están las cosas de antemano. Abrazo, por sobre todas las cosas, mi inseguridad y la capacidad de saber que no somos, jamás, el centro del mundo, pero sí de nuestra propia existencia. Abrazo la capacidad de equivocarnos. Y admiro la posibilidad de perdonar.

Abrazo los alientos de desconocidos. Los contactos efímeros. Las charlas pasajeras. La aceptación de los nuevos. Los tiempos de paz. Abrazo el silencio y la espera. La paciencia. La posibilidad de alcanzar sueños. El privilegio de tener qué comer. Las posibilidades infinitas. Abrazo las palabras, y el fuego. La noche estrellada en un lago. Los viajes pequeños. Los descubrimientos de ciudades. La forma de ver el mundo sorprendido. El placer del buen sabor. El abrazo familiar. El consuelo del llanto. La forma de decir. Las caminatas infinitas. Los cambios. Los procesos. La compañía en los procesos. Abrazo los cierres de etapas, los comienzos de otras, sólo porque son tan arbitrarias como la forma en que las elegimos englobar. Abrazo mi casa y mi cama, y abrazo cada comida que me esperaba servida. Abrazo otros abrazos y otras formas de mirar; el fin de las barreras idiomáticas; el principio de comunidad. Abrazo el reconocimiento y abrazo la humanidad, porque es ella la que me abraza primero si la dejo abrazar.

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